viernes, 16 de marzo de 2007

Crónicas de San José de Las Matas, de Piero Espinal Estévez (*)

Edwin Espinal Hernández
Académico Correspondiente Nacional de la Academia Dominicana de La Historia

El tener raíces materas ha influido mucho en mi entusiasmo por esta obra que el buen amigo Piero Espinal Estévez me ha honrado en prologar. Anazario Collado Báez y Ramona Adames Collado, padres de mi tatarabuela María Altagracia Collado Adames de Díaz, casaron el 7 de enero de 1863 en San José de Las Matas, donde también nacieron mis tíos abuelos Aníbal Antonio, Blanca Leonor y Domingo Gustavo Pichardo Hernández en 1906, 1907 y 1909, respectivamente, cuando residía allí mi bisabuelo Juan Aníbal Pichardo Valerio, quien llegó a ocupar la presidencia de su Ayuntamiento en 1911. Por demás, mi tatarabuelo Domingo Miguel Pichardo Román formó parte de la comisión que en 1884 determinó los límites territoriales entre San José de Las Matas y Jánico, cuestión que mantuvo en disputa a ambas comunes desde la erección de la última en puesto cantonal en 1875 y que renacería con su elevación a común en 1881.

La investigación histórica ha sido la contrapartida del ejercicio de Piero Espinal Estévez como médico general. Y resulta explicable que sus preocupaciones intelectuales se hayan expresado en el estudio de la conformación de esta comunidad: sus ascendientes Francisco Estévez, Carlos, José y Antonio Espinal figuran entre los firmantes de la instancia que suscribieron los habitantes del “Partido de Las Matas” el 29 de agosto de 1810, requiriendo autorización para fundar “una Villa de españoles con Cabildo”.

Este libro es fruto de un esfuerzo que ha durado años, producto de la localización de documentos en legajos notariales, municipales y parroquiales de San José de Las Matas, periódicos de Santiago y revistas de Santo Domingo, así como de datos a partir de entrevistas a personas vinculadas con aspectos del proceso histórico del municipio. Tal variedad de fuentes permite interpretar líneas dominantes de la formación del espacio local de San José de Las Matas y su selección por el autor revela su compromiso de proveer marcos históricos referenciales que contribuyan a restaurar la identidad perdida de su pueblo.

La investigación se ha plasmado en la articulación de una síntesis de documentos referida a diferentes áreas de la historia de San José de Las Matas, desde el tránsito de su vida aldeana como parroquia, común y comandancia de armas en el siglo XIX hasta su consolidación como común y luego como municipio en el siglo XX, y tiende a ofrecer una aproximación global de la vida social. El material compilado – sobre el que el autor, sin embargo, no plantea exposiciones interpretativas - pone de relieve la dimensión local de aspectos políticos, sociales y económicos del devenir nacional. Basta señalar las reseñas referidas a la construcción de las carreteras Santiago-San José de Las Matas y San José de Las Matas-Jánico y a la escogencia de la población como sede temporal del Poder Ejecutivo por Rafael Leonidas Trujillo en 1932, las cuales permiten la intelección de los procesos de control territorial y político desarrollados en una zona que había sido foco de rebeliones y resistencia a su régimen.

El documento que introduce este volumen, la instancia dirigida por los pobladores del “Partido de Las Matas” el 29 de agosto de 1810 a las autoridades de la colonia, solicitando autorización para la fundación de una villa capitular, nos llama la atención porque su lectura deja al descubierto dos claves importantes. En primer lugar, queda claro que la población fue objeto entonces de una refundación “en el paraje mismo de la Hermita”, emplazamiento donde llegó a contar con una iglesia que se había destruido “por las calamidades de estos tiempos pasados” y cuyos habitantes se comunicaban con Santiago a través de un “camino dilatado”, cuyo tránsito debía salvar tres ríos. En segundo orden, revela que la población de San José de Las Matas fue un grupo cerrado, caracterizado por la endogamia: sus más de dos mil habitantes para entonces eran “criollos o enlasados con criollos, mediante los vínculos estrechos de relaciones del parentesco y matrimonio”.

Su localización profunda en las estribaciones de la Cordillera Central, alejada de otros asentamientos humanos de importancia, explica la unión entre personas descendientes de parientes comunes en varias generaciones, lo que al mismo tiempo permite valorar como atendible y razonable la explicación de su origen a partir de la nucleación en La Sierra de pobladores de las ciudades de la banda Norte de la isla devastadas por el gobernador Antonio de Osorio en 1605 y 1606. El conglomerado humano que le dio origen se constituiría primero en un pueblo y posteriormente en una de las cinco parroquias del Partido de Santiago, denominación que tenía al momento del Tratado de Basilea en 1795.

No obstante, se desconoce si las condicionantes físicas y poblacionales que permitirían aquella transición se produjeron en el siglo XVII, pero lo cierto es que el siglo XVIII es al que podemos remontar las referencias más antiguas de habitabilidad. En la declaración que hicieron Anazario Collado Báez y Ramona Collado Adames ante el Pbro. José Eugenio Espinosa el 13 de diciembre de 1862 en San José de Las Matas para obtener la dispensa eclesiástica exigida a fin de contraer matrimonio dada su consanguinidad, ambos dijeron contar con 23 años de edad y remontaron su ascendencia, el primero hasta su bisabuelo y la segunda hasta su abuelo, ambos hermanos, hijos de padres desconocidos. Si hacemos aplicación de la constante genealógica que marca en treinta años, más o menos, el desenvolvimiento de una generación, podemos señalar que, al menos el apellido Collado, ya estaba presente en la zona para 1719.

La altiplanicie serrana donde fue emplazada San José de Las Matas limitaba por el Oeste con el río Mao, de donde su territorio resultaba un paso montañoso entre el Cibao y la Línea Noroeste, conectando especialmente con las poblaciones de Guaraguanó, Sabaneta y Guayubín, últimas estas de las que distaba 26 leguas. Esa condición estratégica quedó en evidencia con la visita que hicieron delegados de la Junta Provisional Gubernativa y la municipalidad de Santiago el 10 de marzo de 1844 para obtener, en la persona de su corregidor y el comandante de la plaza, entre otras personas notables, la adhesión de la población a la separación de Haití. Por su vital enclave orográfico, su pronunciamiento resultaba sin dudas determinante para la defensa del territorio de la naciente República Dominicana. En efecto, a partir de ese hecho y como lo revelan los documentos que figuran en el tomo uno de esta obra, se erigió en sede del reclutamiento de hombres y punto de aprovisionamiento de animales, comestibles, armas, municiones y recursos económicos para el despliegue de las acciones tácticas que desarrolló nuestro naciente ejército en lugares de la Línea Noroeste ante el avance de las tropas haitianas hacia Santiago, donde finalmente se batieron el 30 de marzo de 1844. No es de extrañar pues que en julio de 1844 fuera elevada a la condición de común del Departamento de Santiago.

Esta categorización territorial condujo a que pasara a tener como secciones tributarias sitios, vecindarios y hatos que quedaron bajo el influjo de sus autoridades, incluso en lo referente a los actos de la vida civil de sus habitantes. Así lo constata el hecho de que los ciudadanos Antonio Rodríguez, habitante de La Ciénaga y Manuel Hernández, residente en el hato de Gurabo – Manuel de Jesús Hernández Tavares, uno de mis tatarabuelos – tuvieran que trasladarse a San José de Las Matas el 26 de junio de 1847 para formalizar por ante el primer regidor del Ayuntamiento en funciones de notario público la venta que el primero hizo al segundo de unos terrenos en Bojucal. El correspondiente acto de venta lo reproduce Espinal Estévez en la sección de documentos notariales del tomo uno.

Para conocer su configuración como espacio rural revestido de aspectos urbanos, es menester estudiar las noticias aparecidas en la prensa y que sobre este tema empiezan a aparecer a partir de 1881. Para entonces resaltaban una aguada que servía para surtir a la población, un cementerio cercado con su correspondiente puerta y una iglesia que había sido recién techada con tejas fabricadas en un tejar local y que un año después sería afectada en su fachada por un rayo. El templo se repararía en 1885, gracias a la actividad del Pbro. Manuel de Jesús Moscoso, sustituto del polémico párroco Tomás López y el cementerio, “cercado de malas tablas, derruído por trechos”, sería reconstruido con los fondos generados por una lotería fundada por un grupo de vecinos apoyados por el Ayuntamiento y el Pbro. Moscoso.

Es de notar que, a partir de la última década del siglo XIX, la población adquirió fama por su clima, con lo que se convirtió en un lugar muy concurrido por personas enfermas de las vías respiratorias, que establecieron allí residencias temporales o definitivas, a pesar de que el camino que la conectaba con Santiago todavía no era accesible al tránsito de coches.
Para 1901, un articulista de El Constitucional valoraba el pueblo como “pintoresco, con su marco de montañas cuajadas de pinos, su templo antiquísimo techado con tejas rojas de canal y una porción de casitas cubiertas las más de hierro” (El Constitucional, 8 junio 1901). La Arcadia dominicana, como dio en llamarle el periódico santiagués El Diario, empezaría vería transformar ese perfil a partir de entonces con su conexión telefónica con Santiago (1901), la instalación de la fábrica de sillas serranas de los señores Contreras y Espinal y el aserradero San José de los hermanos Estrella en Paralimón (1901), la renovación del cementerio (1902), la aparición de sociedades cívicas como la Luz del Porvenir (1902), la Esperanza (1902) y La Unión Industrial (1908); la reconstrucción de la iglesia, iniciada en 1902 y bendecida en 1907; el establecimiento de baños de ducha surtidos por un pozo, por parte de Jesús Contreras (1905); la creación de una academia de música, dirigida por Manuel Feliú (1908); el inicio de la construcción del parque (1908) y la construcción de la carretera Santiago-San José de Las Matas a partir de 1913.
La presente compilación está llamada a constituir una fuente de primera mano para aquellos que decidan abordar la historia de San José de Las Matas con una interpretación crítica, ausente hasta ahora en las publicaciones que en el ámbito de la historia local se han producido sobre la más antigua demarcación de la provincia de Santiago. Rafael Emilio Yunén, en su discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Historia, propone justamente la interpretación crítica de lo local, con perspectivas que superen lo meramente político, lo social o lo económico, como una temática contemporánea llena de significados relevantes para pautar los contenidos y sentidos de la investigación histórica en el país. “Posiblemente” – señala este autor – “no exista en estos tiempos de globalización algún otro tema mejor que el desarrollo local para abordar la forma de inserción en los procesos globales y la forma de defensa de las identidades” (Yunén: 2005: 17).
Una de las normas que rigen la divulgación de una investigación es aquella que establece que la publicación de la documentación reunida debe realizarse cuando su contenido “signifique un aporte, cuando el conocimiento que se va a transmitir es mayor al que ya existe” (Chez Checo, José: 1995: 22). Fiel a este principio, Piero Espinal Estévez ha publicado en el momento en que ha debido hacerlo, tras rastrear y recopilar por largo tiempo noticias y testimonios y cuando, después de haberlas analizado, entendió que su difusión pública resultaba en provecho de la bibliografía dominicana.


(*) Presentación en el Centro León el 29 de agosto de 2006.

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