viernes, 16 de marzo de 2007

El último decreto del gobierno y la literatura nacional

El último decreto del gobierno y la literatura nacional

Manuel de Jesús De Peña y Reynoso
Artículo publicado en el periódico “EL PORVENIR”, el 12 de junio de 1880

Es un principio ideológico que el progreso intelectual y moral de los pueblos se desarrolla a la sombra de la paz. Las contiendas civiles, la guerra bajo todas sus formas, subvierten el orden social, destruyen todos los gérmenes de progreso y producen la confusión en los ánimos. Estos, desalentados y entristecidos, pierden la calma necesaria para las especulaciones científicas; sobreviene la esterilidad intelectual, y esto produce estacionamiento o retroceso en el orden moral.

La historia de las letras presenta, es cierto, algunas excepciones a esta verdad, las cuales podrían demostrar que, a semejanza de la creación material, la creación intelectual puede nacer también del caos. Prueba de ello es La Divina Comedia del Dante, concebida entre las convulsiones de la anarquía que desgarraba las repúblicas italianas a fines de la Edad Media. Pero esta misma excepción justifica el axioma arriba sentado, pues ha habido muchas repúblicas anarquizadas desde el siglo XIV, y no ha surgido otro Dante, porque es distintivo del genio nacer fatal o providencialmente lo que es, decir, genio en todo tiempo y lugar. Prescindiendo, pues, del móvil oscuro que inspirara la obra del gran poeta Florentino, cuya indagación no es de este lugar, afirmamos de nuevo que las tempestades políticas turban la atmósfera intelectual de los pueblos, alejan la serenidad indispensable para la producción literaria.

Ni tampoco se nos objete que los desencantos políticos que producen las borrascas sociales son provechosos al florecimiento de las letras, porque la paz artificial que produce el aislamiento no podrá ser nunca tan fecunda como la paz natural que proceda de la tranquilidad pública.

Es también un principio económico que el progreso material favorece el desarrollo de las letras, cuando el estado de prosperidad general crea vagar suficiente al sabio y al artista para que estos puedan dedicarse a sus nobles tareas sin preocupaciones mezquinas y aun puedan cifrar su propia subsistencia y la de sus familias respectivas en el cultivo de las ciencias y las letras, entonces éstas florecen, y se despierta la afición al estudio, porque se les da su verdadero mérito a las obras de ciencia y de arte, y el hombre que distribuye a sus semejantes el pan del alma, o sea la instrucción, no se ve expuesto a carecer del pan material para conservar su vida. Ahí está la historia para demostrarnos que el siglo de oro de todos los pueblos que han dejado una estela luminosa en el campo de las letras no se ha producido sino después que las guerras de conquistas o de organización interior han hecho que el bienestar general permitiese a los hombres de ciencias y de letras dedicarse con provecho al cultivo de las mismas, y que pueblos y gobiernos tuvieran para los que sobresaliesen en la noble contienda del saber aplausos, coronas y vida regalada. Tal fue el siglo de Pericles en Grecia, el de Augusto en roma, el de Luis XIV en Francia, el de Carlos V en España, en cuyo renacimiento literario no tuvo poca parte el oro extraído de las minas recién explotadas en La Española y el continente americano.

La República Dominicana cuenta apenas 37 años de vida, y en medio de las agitaciones periódicas que han señalado lo que bien podríamos llamar no su infancia, sino su lactancia política, ni ha podido brindar la quietud suficiente a las inteligencias para apacentarse en los plácidos campos de la idea, ni los aficionados a las letras han hallado estímulo y protección suficiente para poder emanciparse de las ineludibles necesidades de la vida siguiendo la estrella de una vocación literaria.

No es de extrañarse, pues, que en medio de una vida tan agitada por conatos infructuosos para establecer el necesario equilibrio entre los deberes y derechos de los ciudadanos y por reacciones criminales contra su autonomía política, la República Dominicana no haya alcanzado el progreso intelectual y moral de las demás repúblicas, de la América Latina, que nacieron con el siglo. De aquí que su literatura sea tan pobre, comparada con la de la misma Haití y la de otras repúblicas latinoamericanas que hablan nuestro idioma y proceden del mismo origen que nosotros.

En medio de las convulsiones sociales y políticas que le han legado la dominación de uno de los pueblos más atrasados de Europa y de la del menos adelantado de América, apenas si su prensa pobrísima de elementos intelectuales y materiales ha editado algunos periódicos políticos literarios que han principiado a educar e ilustrar las masas; apenas si se han dado a la estampa alguna que otra obra de texto imperiosamente reclamada por la carencia de ella en nuestras escuelas y de composición deficiente, aunque meritoria, merced a las circunstancias; apenas si de vez en cuando la poesía nacional, en un arranque de lirismo, ha brotado destellos de luz en el entusiasmo de un triunfo contra hermanos, o lanzado desde playas extranjeras un suspiro hacia el hogar perdido, o un elogio apasionado del ídolo del día, o un anatema al vencido de siempre. Todo esto, como para explicar con las vicisitudes de nuestro pasado las luchas del presente y las glorias del porvenir, todo, como para demostrar que el genio nacional no había muerto...

Excepciones ha habido, algunas de ellas muy honrosas; ingenios privilegiados y fecundos han compuesto obras de gran valimiento, y no han tenido los medios de publicarlas. Una de ellas, que constituye el más alto timbre de gloria literaria para Quisqueya, las Poesías” y al concurso generoso de varios dominicanos aficionados a las letras e interesados en dar a conocer una de las más puras glorias nacionales simbolizada en la Ureña.

Esto, sin embargo, no justificaría al Gobierno de permanecer indiferente al fomento de la literatura nacional, cuando todos nuestros elementos de cultura y progreso se agitan en esta era de renacimiento moral; más allá de nuestro horizonte, el mundo antiguo obedece al impulso de una irresistible universal tendencia que lo empuja todo a ser uno, produciendo así el providencial fenómeno de la unidad en la variedad, y los literatos del mundo entero, reunidos en un Congreso literario internacional, tienden a la pacificación de las almas por medio de la unión de todos los espíritus, imprimiendo con ello uno de sus más augustos caracteres al siglo XIX. Pues bien, en esta exposición internacional de los productos de la inteligencia, la República Dominicana ha podido recordar al docto concilio que ella existía, merced sólo a las obras de don J. G. García y a la Lira de Quisqueya.

Por esto es que, inspirado en el noble propósito de promover la publicación de las obras nacionales que existan propias a enriquecer nuestra aun escasa literatura y de estimular la producción de otras nuevas, el Gobierno Provisional acaba de expedir el decreto, publicado en el número último de este periódico, asignando un 25% a los autores que deseen publicar sus obras.

Quizás se le antoje a alguno que esta largueza no se aviene con la estrechez y penuria del erario nacional, cuando este no puede subvenir a numerosas atenciones al parecer más apremiantes.

Aesto objetaremos que, aun cuando el citado decreto suscita la publicación de muchas obras malas, bastará que favorezca la edición de una sola buena y útil al país, para quedar justificado. Además, no debe perderse de vista que, si entre las obras por venir, alguna fuese exclusivamente inspirada por la contemplación y el estudio de nuestras pasadas borrascas civiles, ella contribuirá, sin duda, a impedir la repetición de tales calamidades, dando el remedio para evitarlas, contribuyendo así a la estabilidad política de la República. Asimismo, inspirándose el artista en la contemplación de nuestra naturaleza virgen y exuberante, la hará quizás amar de los que la vida agitada de los campamentos mantiene alejados de ella, y contribuirá también a humanizarlos en bien de la sociedad. Tal vez, en fin, estudiando el hombre pensador las necesidades materiales de este pueblo, sus recursos naturales y sus relaciones con la civilización universal, hallará en nuestro propio seno el medio de satisfacer aquellas y de restablecer así el equilibrio entre la importación y la exportación, entre el consumo y la producción. Y así quedará zanjado el problema económico de más difícil solución entre nosotros, y demostrada la verdad que sentamos al principiar estas líneas, a saber, que el progreso literario e intelectual puede a veces servir de vehículo a la prosperidad material de los pueblos.

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