viernes, 16 de marzo de 2007

El letrado combatiente (1)

Roberto Cassá
Director del Archivo General de la Nación

Nacido en Tamboril, logró su primera formación en el entorno de Santiago de los Caballeros, donde se reverberaban pequeños círculos culturales estimulados por las ansias de reinvindicación regional. Antes de su primera salida a Cuba, en 1858, cuando tenía unos veinticinco años, no parece haber tenido participación política. A lo sumo, como consigna Andrés Blanco Díaz en la Cronología, publicó algunas poesías en la prensa capitaleña. Se desempeñó como secretario de Juan Luis Franco Bidó, una figura de la política regional del Cibao antes de la Anexión a España. Firmó el manifiesto de la Revolución del 7 de julio de 1857, que depuso a Buenaventura Báez, pero no parece haber desempeñado ningún puesto de relieve en el efímero orden cibaeño.

Tal vez descontento por la forma en que Pedro Santana aplastó ese intento liberal y regional fue que decidió emigrar a Cuba en la segunda mitad de 1858. Y, aunque no se conocen demostraciones suyas de adhesión al orden colonial español, residiendo en Santiago de Cuba, su invariable segundo Santiago, se mostró insensible a la guerra de la restauración llevada a cabo por sus compatriotas. Empero, ubicado en el Oriente de Cuba, cuna de la lucha nacional cubana, definió posturas contra el colonialismo hispano, tomando parte en la Guerra de los Diez Años en posiciones de responsabilidad política, al lado de figuras cimeras, como Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes y Donato Mármol.

Desde entonces, Cuba constituyó para él una segunda opción de vida, aunque solo tuvo una participación política significativa, hasta donde es conocido, a lo largo de la primera mitad de la mencionada guerra, cuando formaba parte del Estado Mayor de Gómez y luego fue escogido como diputado. La experiencia debió ser definitiva en su formación, por lo cual, como resultó común entre aquellos combatientes contra el colonialismo, abrazó concepciones democráticas radicales. No está claro por qué abandonó Cuba en medio de la contienda, aunque quizá tuvo relación con la muerte de Mármol y las dificultades del presidente Céspedes que llevarían a su muerte.

Poco después de su retorno a República Dominicana se produjo la caída del régimen de los Seis Años de Buenaventura Báez. La nueva situación política le abría la perspectiva de incidir en los asuntos públicos de su patria y, en particular, de Santiago de los Caballeros, “su patria dentro de la patria”. En la capital cibaeña asumió las funciones de iniciador de miras y prácticas sociales. Participó en la fundación de escuelas, clubes culturales y bibliotecas. Su hechura más importante fue la Sociedad Amante de la Luz, desde su mismo inicio una institución cultural de primer orden en la vida social de Santiago.

Esas instituciones sirvieron de plataformas desde las cuales De Peña y Reynoso lanzó una propuesta global de reestructuración de la vida nacional. Inicialmente colaborador del presidente Ignacio María González, quien había dirigido el derrocamiento de Buenaventura Báez, con bastante prontitud De Peña entró en conflicto con su orientación autoritaria, en retrospectiva nada sorprendente pues había sido uno de los prohombres de los Seis Años en el Cibao. González creó una nueva corriente política, el Partido Verde, en el fondo un desprendimiento del conservador Partido Rojo, acaudillado por Báez, hasta entonces de una preponderancia arrolladora entre élites y masas. El liberal Partido Nacional, o Azul, seguía sumido en una posición débil, y e tocaría a Gregorio Luperón deslindarse en lo adelante como su líder indiscutible.

De Peña se propuso contribuir a conducir al poder a los liberales. Cumplió este cometido como nadie, pues en realidad no había tal partido, y la posición de Luperón seguía siendo bastante marginal en la política nacional. Ante esto, De Peña concibió la creación de una entidad cívica con capacidad de convocatoria de toda la ciudadanía para poner en práctica un programa democrático. Surgió así la Liga de la Paz, que terminó levantando un acto de acusación contra el Presidente González, por violación de la legalidad constitucional, en medio de una movilización cívica urbana sin precedentes en el país. Este movimiento, que fue conocido como La Evolución, tuvo su cenit en enero de 1876 y, a pesar de no contar con medios militares, no pudo ser anulado por el presidente y sus secuaces.

De Peña fue el orientador de ese movimiento cívico urbano, aunque en él participaron otras figuras de la corriente liberal, entre las que sobresalieron Alfred Deetjen y Máximo Grullón, ambos íntimos de Luperón. Tal vez estos acompañantes, ambos comerciantes, carecían de las condiciones intelectuales para enunciar un proyecto intelectualmente elaborado, pero lo que se deriva es que el Partido Nacional no existía como formalidad y explicaba el protagonismo de De Peña y Reynoso.

Los acontecimientos se desencadenaron a partir de la conminación que hizo llegar el gobierno, mediante comunicación del 21 de enero de 1876, para que De Peña se presentase en la ciudad capital, prácticamente en condición de detenido. Al negarse a acatar la orden, abrió una situación inédita de confrontación entre el estamento citadino de Santiago y el gobierno. Por lo que se puede inferir, la Liga de la Paz, el instrumento de cuestionamiento de las ejecutorias gubernamentales, obtuvo la confianza de comerciantes santiagueros con incidencia político-social. Seguramente la disidencia contra el Presidente González contenía un matiz regionalista, al tiempo que se asociaba a una demanda de respeto de los cánones institucionales, por cuanto la inobservancia de los mismos formaba parte del modus operandi de la burocracia capitaleña, siempre extractora de excedentes económicos del Cibao.

Esto explica que, aunque el movimiento de La Evolución estuvo animado por políticos azules, en realidad traducía una disposición de intervención política de la generalidad de los sectores medios y superiores de las ciudades cibaeñas, con excepción sobresaliente de los comerciantes extranjeros, especialmente catalanes, consistentemente conservadores. Los acontecimientos de Santiago coincidieron con la agresión de que fue objeto en Puerto Plata Gregorio Luperón por parte del gobernador Francisco Ortea. Inmediatamente, los prohombres de la capital cibaeña emitieron un documento de solidaridad con el caudillo azul. En este contexto, la Liga de la Paz lanzó una Acta de Acusación contra el presidente González, el 27 de enero, documento que marcaría las pautas de los objetivos.

Se aducía en el Acta que, de acuerdo a la Constitución, el presidente era responsable de sus actos como empleado público. Se le acusaba de desconocer la Constitución de 1874 y, por consecuencia, erigirse en dictador, negar los derechos civiles y políticos, usurpar la soberanía popular y propiciar la corrupción como medio de control político. Se proclamaba asimismo que el movimiento era progresivo, por cuanto se amparaba en la defensa del derecho constitucional.
La Evolución se declaró exenta de partidismo político y, en documentos siempre redactados por De Peña y Reynoso, proclamó el saludable final de los partidos personalistas. En todo momento el conglomerado contestatario declaró su propósito de evitar la guerra civil, como expresión de su rechazo del caudillismo y de su proyecto de instaurar una sociedad democrática. Tal tesitura explica que fracasase el propósito del presidente González de aplastar la disidencia. El conglomerado citadino constituyó un Comité Constitucional Acusador, con representantes de Santiago y de las comunes circundantes. Este organismo terminó constituyéndose en una Junta Constitucional Ejecutiva con prerrogativas gubernamentales. Apenas hubo escasos combates para que González tuviese que retirarse y presentar renuncia, tras lo cual fracasaron los intentos de caudillos por imponer una solución. El desenlace del episodio conllevó la convocatoria a elecciones.

En dos años, pues, se había conformado un estado de opinión en Santiago y en otras ciudades cibaeñas que denotaba el predominio en ellas de los liberales. Se trató de un giro decisivo de la historia nacional, a partir del cual el liberalismo se tornó ya opción de poder, fortalecida por su asociación con objetivos largamente deseados por sectores ilustrados, como la centralización estatal y las funciones de fomento al capitalismo que debía cumplir un estado fuerte. Ahora bien, el camino para esa opción no estaba despejado, puesto que se interponía una estructura caudillista. La divergencia de intereses reflejaba patentemente el conflicto entre campo y ciudades a través del contraste entre el proyecto de modernización de la intelectualidad y sectores mercantiles y el interés primario de los caudillos.

En realidad de tal contexto y de la propia naturaleza del proyecto modernizador se derivaba la funcionalidad de un nuevo orden autocrático, de lo que sobrevendría, a posteriori, la degeneración del liberalismo, pero en el interin se planteaba la realización de una política democrática. Fue lo que aconteció con la elección de Ulises Francisco Espaillat, por abrumadora mayoría, a la presidencia de la República, en abril de 1876. De Peña no tenía aspiraciones y no era un hombre de partido, pero su sentido del deber lo obligó a participar en el gabinete de su compueblano.

Su papel de mentor de La Evolución y la posición ministerial en el gobierno de Espaillat constituyeron los momentos cimeros de la prolongada trayectoria de De Peña y Reynoso. Lo fueron tanto en la acción como en la exposición de ideas, habida cuenta del sentido práctico con que lo hacía. Se propuso la construcción de un orden democrático impecable desde el punto de la legalidad institucional pero también en el ámbito de lo social. La acción pública contestataria y la de gobierno fueron por igual producto de la maduración de concepto, en medio de la práctica social de los dos años previos. Sorprende cómo en medio de un contexto tan difícil para la concreción de los objetivos perseguidos, De Peña se mantuviese incólume en la observación de los principios legales. Le valió ello la acusación de iluso y hasta el fardo del fracaso del gobierno de Espaillat.

(1) El autor autorizó a reproducir. Algunos fragmentos de su ensayo del mismo título que aparece publicado en las páginas 13-23 del volumen “Escritos Selectos Manuel de Jesús de Peña y Reynoso”, Andrés Blanco Díaz, Editor, imprenta Amigo del Hogar, 2006.

No hay comentarios: