viernes, 16 de marzo de 2007

El pintor de la calle El Conde

Sorayda Peguero Isaac

Lo he visto por estos predios desde que era una niña, haciéndose acompañar por el aire misterioso de almas conquistadoras y piratas que murmuran historias resucitadas de vidas antiguas, se acuesta en la acera de cualquier anden con el fantasma de la musa que enamoró su inspiración y que cuenta una leyenda urbana que hace mucho tiempoescapo con su cordura. Bajo el brazo guarda retratos a medias y en la memoria, el boceto de alguno que no terminó porque se le agotó hasta él ultimo trozo de papel que le quedaba. Trato de imaginar como eran las personas que caminaban por estas calles hace mas de 500 años, la gente que se sentaba en los viejos bancos de la catedral en busca de aliento para su fe, las damas refinadas llegadas del viejo mundo que se paseaban acompañadas por sus cortes contemplando maravilladas el gran descubrimiento que las trajo desde tan lejos. Me gustaría saber como eran los días cotidianos de los personajes anónimos cuyos nombres no aparecen resaltados con tinta fluorescente en mis abandonados libros de texto, esos de los que nunca se habla porque sus hazañas no están marcadas con una fecha que recuerde un gran acontecimiento, dueños de las manos indias y negras que levantaron estas paredes y caminaron por estas mismas calles, arrastrando el cansancio bajo suspies desnudos, igual que él. > Escogió esta ciudad con historia para pasearse de día y de noche, miradas ajenas a su mundo se posan sobre la apariencia de artista vagabundo que quizás le dejó la libertad de ser quien quiere ser sinasomos de remordimientos. Ahí está, sentado en un banco del parque Colón haciendo el retrato de tres aventureros que escudriñan la ciudad de piedras envejecidas, bóveda de sueños que se pintan con carbón. Él forma parte de este lugar y su magia atrayente, de las nuevas historias que se mezclan con las viejas y que transitan cada día por sus andenes, historias que vienen de aquí y de allá, su inspiración viaja con la brisa que mece las trinitarias de los balcones coloniales. Tras la puerta que nunca se cierra, en la calledel Conde de Peñalba, pasos peregrinos de todas partes se apresuran al encuentro de una aventura que desempolve los viejos secretos de este gran hallazgo y el tiempo se estaciona en la barba descuidada de aquel hombre solitario que algunos llaman loco. No se de donde havenido y he descubierto su nombre por la firma que ha dejado al pie de un dibujo que me acaba de hacer, para la gran mayoría no es mas que un desconocido, sin embargo soy incapaz de evocar el recuerdo deeste lugar sin que la imagen de su figura desaliñada deambulando porestas calles, aparezca en mi memoria como una interrogante que desprende un sutil aroma a misterio. Cuando las palomas se vuelvan aelevar hacia el otro lado de la catedral Santa María La menor, volveré a preguntarme otra vez, si en verdad sus pensamientos se asoman a los albores de la sin razón, o si esa imagen ausente no es mas que el disfraz de un hombre que eligió ser feliz a su manera, trazando líneas de rostros desconocidos a cambio de unas monedas quealimentan su cuerpo y sostienen pasión.

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