jueves, 8 de marzo de 2007

Mythos Edición No. 31

Palabras

Echémosle una ojeada al mundo. Las más recientes estadísticas nos señalan que andamos por los seis mil millones de habitantes, una cifra por la que nos guiamos hasta que se realicen nuevos conteos sabiendo que es afectada por una extensa cantidad de variables que son todas relativas.

La tasa de crecimiento anual promedio de 1.2%, por ejemplo, oscila entre un 3% en países africanos y menos de un 1% en algunos países europeos. El aumento de la población es mucho mayor en el tercer mundo que en el primero, pues aunque los mata el hambre y la enfermedad en más grande proporción se la empatan reproduciéndose como conejos.

Pero a mi lo que me está interesando de todas estas cuentas es dividir el mundo por el sexo, o sea, por el distintivo que nos hace femeninos o masculinos, sin considerar el uso que le den los que pueden catalogarse como neutros. Resulta que los números dicen que en promedio mundial sobran mujeres. Pero varones, no griten todavía, Dónde están las mías, que lo que están sobrando son las viejas. El caso es que las muchachas alcanzan cuatro años más de vida en promedio. Mucho tendrá que ver la ausencia de testosterona que no las impulsa hacia la guerra, hacia oficios riesgosos o a dejarse arrastrar por las pasiones volándose en pedazos. No he sabido de mercenarias suicidas.

Hay otro dato curioso, nacen más hombres, y es con el paso de los años que van mermando, aunque en la etapa de la juventud y la adultez son los varones quienes están de más, claro que hay que considerar un factor regional en este aspecto. Ahora vamos al punto, la mujer actual conoce este dato, ya no necesita mirar oculta tras los visillos a ese hombre, que por cierto ni joven debe ser, pues ese requisito lo transan fácilmente por otras cualidades, que noche a noche forjaron en su mente, fuerte para ser su señor y tierno para el amor. No se conforman con esa única oportunidad o talvez dos, de las que disponían las mujeres de antaño, ahora quieren saber quién tiene lo que ellas buscan y quién busca lo que ellas tienen. Y disponen de 193 países para encontrarlo, dato que tampoco es estable dada la actual tendencia de algunas zonas a desmigajarse en porciones con banderas propias.

La herramienta con que cuentan para hacerlo es el muy difamado Internet. Como ya se ha hablado bastante de las mentiras, el porno y el engaño que pululan en este medio, yo quiero hablar de otro aspecto. De los grandes y muchos amores a los que la cara cuadrada y brillante de un monitor ha servido de celestina. He visto crecer el interés por otros idiomas y por otras culturas mientras se exploran mapas en búsqueda de espíritus afines dispersos por los rincones del mundo. Nada parece ser ahora una barrera, un checo prendido en la playa de una dominicana sigue comunicándose con ella por la red a través de un intérprete. He visto gente solidarizándose en directo mientras oyen a través de la Web-Cam y los micrófonos los bombardeos en Líbano. He despedido muchos vuelos y asistido a muchas ceremonias a cuenta de este intermediario y es por eso que enredada en todas estas cifras he querido hacer una apología de la Red, reconociendo que me inclino, chistera en mano como el poeta Moreno, ante toda la savia que circula por los cables del universo. Y haciendo uso de mi proverbial optimismo me arriesgo a pensar que este puede ser el camino para que el amor algún día invada al mundo entero.

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