viernes, 16 de marzo de 2007

Memoria de la sangre

Luis Martin Gómez

Lo recuerdas, Martínez Martínez, aunque no quieras recordarlo, la mancha de sopa en el mantel te trae a la mente una imagen borrosa que se va aclarando poco a poco, como le sucedía a los televisores de los setentas mientras se les calentaban los tubos, es un charco, me dices con tu boca sin dientes y llegas a la Correa y Cidrón con Alma Mater, hay basura esparcida y neumáticos ardiendo, huele a gas lacrimógeno pero no te molesta, por el contrario, ese olor te pone en ambiente, te ayuda a meterte en tu personaje, habías dado la orden de no disparar, es cierto, pero tus muchachos se pusieron nerviosos con las pedreas y consignas, y ahí estaba, pantalón jean y tenis Campeón navegando en un río escarlata, no le miras el rostro, habías decidido no hacerlo para evitar las pesadillas, pero empleas un buen tiempo observando el charco, es un charco, repites temblándote el labio inferior en el que la emoción garabatea una mueca de temor porque has logrado recordar algo, tiene forma de pez, dices y dibujas en el aire lo que yo supongo son aletas, ¿de pez, eh?, pregunto mientras una de las monjitas del asilo te acomoda el babero para que la sopa no caiga esta vez sobre tu pijama azul desteñido que te hace ver a la vez tierno y abandonado, quién lo diría, Martínez Martínez, terminar tus días apaciblemente después de tanta tropelía, sin que nadie te reclame nada, aunque al mismo tiempo, qué pena verte llegar al ocaso olvidado por tus jefes y subalternos, tú, el hombre fuerte que rompió decenas de huelgas para defender al gobierno elegido mediante fraude electoral, el que hacía desaparecer a los revolucionarios que amenazaban la democracia que no toleraba disentir, el que no se dejaba ablandar por las súplicas de las madres de los estudiantes para que les devolvieras a sus hijos con vida, las monjitas se acercan para decirme que debo dejarte descansar, en verdad te ves desencajado, Martínez Martínez, de repente tu rostro ha perdido la paz del alzaimer, tu expresión refleja un tormento creciente porque empiezas a encontrar escenas perdidas, como aquella de los jóvenes que pintaban un letrero en la pared de la Independencia con Gómez, tus muchachos los cazaron desde los vehículos policiales sin siquiera hacerles la advertencia de rigor, uno de los asesinados por poco te tumba del puesto, recuerdas, antes de morir empleó sus últimas fuerzas para escribir con su propia sangre abajo balag, frase inconclusa y sin embargo completa que fue foto de primera página en los periódicos del día siguiente, el viejito te mandó a buscar y te rellenó como a un pavo, tuviste que prometerle acciones más contundentes contra esos comunistas, usted verá, su excelencia, los voy a freir en su propia salsa, y no le fallaste, Martinez Martinez, en menos de un año borraste del mapa a decenas de jóvenes sólo porque te parecieron sospechosos, ni siquiera se te salvó la esposa embarazada del sindicalista que logró burlar el cerco que le tendieron tus muchachos, qué rabia te dio que ese agitador de poca monta dejara a tus muchachos con ganas de disparar, entonces te desquitaste con su mujer, por supuesto que nadie creyó la fantástica historia que contaste a los medios de comunicación esa noche, ella fingió estar de parto para distraer la atención de mis agentes mientras el esposo se escapaba por la puerta trasera, la apresamos por complicidad, pero durante el arresto se produjo un forcejeo que provocó que a uno de los policías se le disparara accidentalmente el arma, lo recuerdas, Martínez Martínez, aunque no quieras recordarlo, la mujer te suplicó ayuda, no tanto para ella sino para el bebé que nacería dentro de pocas semanas, pero te quedaste mirándola como a un animal, como a una perra preñada atropellada por un automóvil y abandonada en la carretera, el hilo rojo salía del centro de su vientre y dibujaba un ave en el piso de la sala donde estaba tirada, es una paloma, me dices e intentas sujetarla manoteando ante los rostros de las monjitas que me exigen suspender inmediatamente la entrevista, le agradecemos que quiera ayudarnos con un reportaje para motivar a los donantes a enviar más fondos al asilo pero eso no le da derecho a molestar a nuestros pacientes, parece que no saben quién eres, Martínez Martínez, o mejor dicho, quién fuiste, yo sí te conozco, viví esa época de terror, reporté muchos de tus asesinatos hasta que tus presiones al dueño del periódico provocaron que primero censuraran mis trabajos y que luego perdiera mi empleo, después, cuando el asedio a la prensa se hizo insoportable, me refugié en organizaciones no gubernamentales para pasar desapercibido, no puedo olvidarlo pero por las noches, concluida la jornada de construcción de una escuela rural o la instalación de un acueducto comunitario, me invadía un sentimiento de culpa por permanecer semioculto mientras otros colegas pagaban con prisión, exilio o la muerte tu intolerancia, a veces me entraban ganas de abandonar mi escondite e ir hasta la radio provincial más cercana para denunciar tus crímenes, o al menos alquilar una guagüita anunciadora para condenar por el megáfono el baño de sangre que estabas provocando, pero no pude, estaba tan asustado que ni siquiera me atreví a colaborar con el grupo que me propuso distribuir pasquines clandestinamente, me consolaba intentando convencerme de que pronto pasaría todo y que rendiría un mejor servicio al país colaborando con instituciones no lucrativas, sin ser religioso ingresé a la pastoral social de la iglesia católica, sin ser ecologista me incorporé a los grupos ambientalistas que luchaban por la protección de los bosques, me ocupaba en tantas cosas diversas que apenas me quedaba tiempo para mí mismo, ahora que lo pienso, creo que era una manera de aturdirme, de tomar distancia de lo que estaba sucediendo, de evadir mi responsabilidad como periodista, me es imposible olvidar que llegué al extremo de evitar el contacto con algunos colegas que estaban señalados como enemigos del régimen y a los que volví a ver sólo por los periódicos, acribillados, o en fotos de archivo calzadas con el título Desaparecidos, o en el mejor de los casos, en el patio de la cárcel de la Victoria, enfermos, agotados por las torturas, así fue como sobreviví esos doce años, Martínez Martínez, en el anonimato, camuflado como un maríapalitos, después, como lo calculé, pasó todo, el nuevo gobierno decretó un borrón y cuenta nueva que me devolvió gradualmente al periodismo, pero no ya a la crónica política o a los asuntos policiales, sino al más apacible tema de sociales, esa componenda política también te premió a ti con una reincersión social sin traumas, aupada por los nuevos grupos económicos a los que convenía la paz disimulada, empecé a hacer reportares sobre tardes de té benéfico y cócteles conmemorativos en los que aparecías compartiendo despreocupadamente con damas rubicundas ataviadas con pamelas de flores y lentejuelas, no puedo olvidar, y cómo me duele, el reportaje que te dediqué cuando la Asociación de Esposas de Militares te premió como Hombre del Año por tu desinteresado apoyo al hogar de niños huérfanos Doña Edna, ni el otro que escribí sobre el reconocimiento que te hiciera el Congreso de la República por tus aportes fundamentales a la construcción de la democracia dominicana, después te perdí el rastro, Martínez Martínez, la misma sociedad que te subió al pedestal del prestigio social te fue ignorando poco a poco como al adorno costoso que sabemos que está en la sala pero al que nadie mira porque ya no es novedad, los premios y reconocimientos despertaron el celo de los militares emergentes que temieron tu reincorporación a las filas y tu posible designación en un puesto directivo, y así te fuiste perdiendo entre ausencias y olvidos, y mira dónde te he vuelto a encontrar, en un asilo de ancianos dirigido por monjitas que ahora me piden que no te moleste, que te deje tranquilo, que no altere la paz que no te mereces, quisiera aprovechar la ocasión para reivindicar mi cobardía estrangulándote con estas manos que no se atrevieron a escribir en tu contra, pero no puedo, Martínez Martínez; apago mi grabador, cierro mi cuaderno de notas, miro al suelo y veo un charco, es un charco, te digo, es un charco, repites, y miramos las consignas escritas con sangre que van apareciendo en las paredes, las gotas de sangre que empiezan a caer desde el techo, los chorros de sangre que penetran por las ventanas formando un río colorao que anega tu memoria y la mía, que nos ahoga en recuerdos.


Luis Martin Gómez, Santo Domingo, 1962. Periodista. Premio Nacional de Literatura Infantil, 2003; Primer Lugar en el Concurso de Cuento Virgilio Díaz Grullón, 2002; Premio Nacional de Cuento, 1999; Primer Lugar en el Concurso de Cuento Radio Santa Maria, 1995. Ha publicado: Mamá, a aquella caracola le está naciendo un mar, 2004; La destrucción de la muralla china, 2003; Juke-box di sogni (Vellonera de sueños), 2002; y Dialecto, 1999. Cuentos suyos han sido incluídos en antologías de Italia, España, Bulgaria, Bélgica, Cuba y República Dominicana.

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